Enfrentamientos entre crimen organizado y autodefensas desplazan a cerca de 2 mil personas en Altos de Chiapas
Manuel Pérez Pérez agarró su cobija y su pozol. “Vámonos”, le dijo a su familia el jueves en la mañana, tras una noche insomne. Su esposa no se levantó de la silla, pues no tenía miedo: el oído le falla y no pudo escuchar el sobrevuelo de los helicópteros y las balas resonar cerca de su casa en Queshtic, Municipio de Chenalhó. No hay sonido que podría despertar en ella el recuerdo de lo que pasó en 1997, cuando fue obligada a dejar su casa y a refugiarse en Acteal, donde en días siguientes un grupo paramilitar priista masacró a 45 personas e hirió de bala a su hijo Pedro, de 7 años.
Veinticuatro años después, a causa de los enfrentamientos que se están dando en el colindante municipio de Pantelhó, Manuel Pérez Pérez y su familia tuvieron que abandonar otra vez su casa y sus animales para refugiarse nuevamente en Acteal, donde la Sociedad Civil Las Abejas dio cobijo a unas 200 de las 2 mil personas que se desplazaron la semana pasada. Unas 400 más se encuentran en un campamento en Yabteclum, Chenalhó, otras se refugiaron en casa de familiares en San Cristóbal de Las Casas, Tenejapa y San Andrés Larrainzar.
“No sé para quién están dirigidas las balas, solo sé que tengo miedo”, dice Manuel Pérez Pérez. “Así empezó en 1997, igual lo estoy viviendo ahorita”.
Históricamente en los Altos de Chiapas hay presencia de grupos armados. Empezaron a proliferar a partir de 1994, para intentar ahogar el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y siguen existiendo en la actualidad. Hoy son grupos distintos con distintas características, pero como entonces operan en total impunidad y, de acuerdo con los pobladores, trabajan con el apoyo de las presidencias municipales.
La existencia de grupos armados en esta región se hizo más visible a partir de octubre de 2017, cuando se dieron desplazamientos forzados masivos en municipios colindante con Chenalhó: en Chalchihuitán se tuvieron que desplazar 5,023 personas y, pocos meses después, en Aldama empezaron los desplazamientos intermitentes de unas 2 mil personas. “En aquel momento pensamos que se estaba dando un proceso de ‘reparamilitarización’ de la zona”, dice Ana Cristina Vázquez Carpizo de Cáritas de San Cristóbal de Las Casas. “Luego nos dimos cuenta de que se trata de algo nuevo, o sea de la configuración de grupos de sicarios del crimen organizado, que vienen incluso de otros estados. Las consecuencias para las comunidades son similares, pero es otro nivel de violencia”.
La violencia en Pantelhó se recrudeció hace aproximadamente un mes, cuando empezaron a registrarse enfrentamientos en las comunidades colindantes con Chenalhó. En Tzajalchén, 700 personas se están resguardando desde entonces en sus casas: viven aisladas y reciben alimentos solo gracias al apoyo de Cáritas.
La situación estalló a las 4 de la madrugada del miércoles 7 de julio. Un grupo denominado Autodefensas del Pueblo El Machete irrumpió en la cabecera municipal de Pantelhó, dos días después del asesinato por parte de un sicario de Simón Pedro Pérez López, expresidente de la mesa directiva de la Sociedad Civil Las Abejas de Acteal, quien denunciaba la presencia del crimen organizado en Pantelhó y su relación con políticos locales.
“Entramos no para atacar al pueblo, sino para expulsar a los sicarios, a los narcotraficantes y al crimen organizado”, pues “no queremos más muertes para los pobres campesinos tzeltales y tzotziles”, afirman las autodefensas El Machete en un video que difundieron el sábado, donde aparecen cinco hombres armados. Denuncian que la presidencia municipal perredista de Pantelhó abrió las puertas al crimen organizado y que el Ministerio Público hace oídos sordos a sus denuncias.
“Como autodefensas del pueblo nos retiramos, porque no buscamos el poder ni el dinero”, aseguran, y afirman dejar a Pantelhó “en manos de los agentes y comisariados de cada comunidad para que elijan a sus autoridades desde nuestros usos y costumbres, no por partidos políticos que han dividido y confrontado al pueblo y traído muchos muertos”.
Policía Estatal, Guardia Nacional y Ejército entraron a Pantelhó el mismo miércoles. Nosotros llegamos dos días después y nos encontramos en un pueblo fantasma. En la carretera de unos 7 kilómetros que une Acteal con Pantelhó, las casas están abandonadas: las puertas quedaron entreabiertas, los perros ladran y los pollos se buscan la vida en los patios. El silencio es casi total y los negocios están cerrados.
A la altura de La Esperanza, unos tres kilómetros antes de la cabecera municipal, centenares de casquillos de bala regados en el suelo y dos patrullas de la Policía Estatal quemadas recuerdan la emboscada que las fuerzas de seguridad sufrieron el jueves, cuando seis policías y tres soldados resultaron heridos. Más tarde, dos vehículos de la Guardia Nacional que se dirigían a Pantelhó para apoyar a sus colegas fueron retenidos a la altura de Majomut, Municipio de Chenalhó, donde un grupo armado llamado “Autodefensas de Chenalhó” les robaron armamento: fusiles, cartuchos, chalecos antibalas y hasta una ametralladora.
Una calle en la entrada de Pantelhó tiene huellas de la batalla del día anterior: laminas, llantas, vidrios, piedras y hoyos en las paredes de las casas vacías. Encontramos gente sólo en el parque central de Pantelhó, donde un par de tiendas venden refrescos a decenas de agentes y soldados que lo ocupan. Algunos pobladores se juntan en las bancas y esquinas, pero el temor los tiene callados. “Pedimos el resguardo permanente del Ejército y Guardia Nacional, para la seguridad de nuestro pueblo”, dice un comunicado que nos entrega un grupo de pobladores. Un coronel de Infantería se nos acerca y asegura: “Tenemos el control del pueblo. Hasta el momento”.