Afromexicanos: La lucha contra el olvido
Medhin Tewolde descubrió ser negra a los seis años. Estaba jugando con unas amigas cuando un niño le gritó “negra”. Los demás empezaron a reír.
“En aquel momento me pregunté: ¿a quién le habla? Era la primera vez que yo era negra”, recuerda Medhin. “Además me di cuenta de que esto era motivo de burla, o sea que ser negra no era cualquier cosa. Fue entonces que me cayó el veinte”.
Medhin es de Ciudad Victoria, su mamá es originaria de Texcoco y su papá nació en Eritrea, África Oriental. El hombre huyó de la guerra de su país, se exilió primero en Estados Unidos y luego en México. Logró estudiar gracias a unas becas y consiguió ser profesor universitario.
A pesar de su acento norteño, a Medhin siempre la han hecho sentir extranjera en su propio país por ser negra. Hace unos pocos años, una inquietud que tenía adentro la llevó a acercarse a las Jornadas de Afromexicanidad y Afrodescendencia, que cada año se celebran en San Cristóbal de las Casas, la ciudad donde vive. Allí conoció a unas mujeres que se asumían como afromexicanas.
“Encontrarlas fue maravilloso. Con ellas podía hablar de estas cosas que con otras amigas no hablo. Me sentí parte de una comunidad afro, de repente sentí pertenencia. Es algo que nunca había sentido más que en mi casa”, explica Medhin, quien desde aquel día empezó a asumirse como afromexicana. “El reconocimiento tardío de mi afromexicanidad corresponde a la invisibilización que la historia ha hecho de los aportes de las personas afrodescendientes en el país. ¿Por qué iba a reconocerme en una identidad que ni siquiera sabía que existía?”.
En varios elementos de la cultura mexicana se pueden individuar aportes de los pueblos africanos que llegaron al país: en algunos platillos, en algunas danzas y en la música, desde la marimba hasta el mariachi y el son jarocho.
“Hay poblaciones afrodescendientes en todo el país, aunque tras siglos de negación muchos no tienen memoria y no se reconocen como tales”, explica María Elisa Velázquez, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y vicepresidenta del Comité Científico de la Ruta del Esclavo de la UNESCO. “Las regiones donde hay un mayor reconocimiento son la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, además de los estados de Veracruz y Coahuila, donde viven los mascogos, un grupo que por su historia ha estado más apartado”.
De acuerdo con la investigadora, los mascogos descienden de personas que huyeron de la esclavitud de Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Recibieron tierras del gobierno de Benito Juárez, que implementó una política destinada a poblar el norte del país. Los demás afromexicanos son descendientes de las aproximadamente 250,000 personas esclavizadas que, según indican algunos cálculos, llegaron a México a partir del siglo XVI.
“La mayoría de ellas desembarcaron en Veracruz, que era el puerto autorizado para la llegada de mercancías, y las personas esclavizadas eran vistas como objeto. De allí eran trasladadas a la Ciudad de México y, luego, repartidas a las distintas zonas económicas que las requerían, entre ellas, la Costa Chica”, afirma María Elisa Velázquez.
“Otra vía de entrada fue el puerto de Acapulco, siendo que llegaron africanos también de la zona del Índico: de África Oriental y también de Nueva Guinea y de Filipinas. Muchos afrodescendientes llegaron a la Costa Chica a causa del contrabando que se daba por el Pacífico, posiblemente entre los puertos de Perú, Ecuador y algunas zonas de Centroamérica. Además, poblaron la región de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca las personas esclavizadas que huían de regiones aledañas como Puebla o Morelos. Eran conocidas como cimarrones y habían construido refugios en Huatulco y cerca del camino de la Ciudad de México a Acapulco”.
Solo en 2015 el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI) reconoció la presencia de poblaciones afrodescendientes en el país. De acuerdo con la Encuesta Intercensal de aquel año, 1.4 millones de personas se asumen como afromexicanas. Entre ellas, hay 705,000 mujeres que el próximo 25 de julio celebrarán el Día Internacional de la Mujer Afrolatinoamericana y Afrocaribeña.
Medhin Tewolde, que está atravesando un proceso de reflexión sobre su propia identidad afromexicana, decidió viajar a la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca para conocer a algunas de ellas con la intención de producir un documental para contar sus historias.
Foto: O.B.
ORGULLO Y AUTORRECONOCIMIENTO
“¿Cómo valoras haber nacido en una comunidad afromexicana? ¿Alguna vez te sentiste discriminada?”, pregunta Medhin Tewolde a Mónica Morales García, integrante de la Red de Mujeres Afromexicanas. “Te lo pregunto porque la ‘comunidad afro’ donde me crie solo eran mi papá y mis dos hermanos. En la escuela y en el barrio siempre fuimos los únicos negros”.
Mónica está sentada en frente de la videocámara de Medhin en la cocina de su casa, en El Zapotalito, una comunidad de la Costa Chica de Oaxaca que se asoma a la maravillosa Laguna de Chacahua. Cuenta que sufrió los primeros episodios de discriminación cuando, en la época del bachillerato, se mudó a vivir en la casa de sus abuelos, en la comunidad de Nuevo Progreso, para poder estudiar.
“Estudié en un bachillerato indígena y sufrí cierta discriminación. Lloraba porque mis compañeros me decían que era una negra vendepescado, que los negros siempre huelen mal, que son chocos [sucios]. Lo absurdo es que ellos me discriminaban como afro y yo los discriminaba como indígenas, no tenía esta conciencia aún”, recuerda Mónica.
En la Costa Chica, a pesar de que por un lado las poblaciones afromexicanas e indígenas conviven desde hace siglos dando vida a un gran mestizaje cultural, del otro se puede detectar racismo entre los dos grupos.
En un artículo publicado en el semanal Ojarasca, el poeta y escritor guerrerense Hubert Matiúwàa escribe que la rivalidad entre pueblos indígenas y negros ha sido promovida por la Colonia con la finalidad de impedir que se juntaran y se organizaran en contra de sus intereses políticos. Es el clásico “divide y vencerás”, que se concretó en brindar a los afrodescendientes posiciones sociales más importantes. En la Costa Chica, algunos fueron nombrados como capataces de los indígenas en las fincas, y en Chiapas en 1712 la Corona española mandó un ejército de negros y mulatos a reprimir la rebelión indígena de Cancuc.
Mónica tiene padre negro y madre indígena mixteca. La joven empezó a tomar conciencia de su ascendencia africana hace tres años; estudió la historia de su familia y de su región y se incorporó a la Red de Mujeres Afromexicanas.
“Esto cambió todo en mi vida: desde que entré en el movimiento me valoro más como mujer, me siento más orgullosa de lo que soy, de mi raíz, de mis ancestros”, afirma Mónica, quien imparte talleres de identidad en las comunidades de la zona, donde la mayoría de la gente sí se reconoce como negra, pero no como afromexicana.
“No puedes llegar y decirle a alguien: “Eres afro”. Por esto nos acercamos a la gente de distintas formas, por ejemplo, proyectando películas”, explica Mónica. El autorreconocimiento es el primer paso para un pueblo cuya existencia ha sido siempre negada.
Foto: O.B.
IDEOLOGÍA DE MESTIZAJE
A Mónica Morales no le gusta cocinar, pero prepara un caldo de bagre y jaibas con chile guajillo muy rico. Si no se encuentra afuera de la comunidad trabajando para la Red de Mujeres Afromexicanas, apoya a su mamá en el negocio familiar. Crían pollos y tienen, desde que ella estaba en la primaria, un molino donde todo el vecindario acude para moler maíz, café o chile.
Mónica y Medhin no tienen en común solo su ascendencia, sino también la pasión por la videocámara. La joven oaxaqueña ganó una beca del proyecto Ambulante Más Allá para producir un documental sobre una mujer afromexicana, pescadora y madre soltera, de la comunidad de Chacahua: “Siento que de esta forma le voy a poder dar al movimiento del que hago parte un poquito de lo mucho que me ha dado, que me ha enseñado”.
Para llegar a Chacahua desde El Zapotalito hay que cruzar la laguna, y tomar una camioneta que brinca entre los baches de una carretera de terracería. De un lado, un inédito panorama de nopales y manglares, del otro las olas embravecidas del Pacífico. Una chica de piel morena y cabello enrizado se mece en una hamaca en la playa, frente al restaurante El Pulpo Enamorado, esperando a que unos surfistas tengan ganas de comer. En la Costa Chica el cabello muy enrizado típico de los africanos es tan común que le han dado un nombre: cuculuste.
Atrás de los restaurantes de la playa se extiende la comunidad afromexicana de Chacahua. Allí se encuentra la casa de Alma Anaís Alvarado Chávez, una mujer que en alta temporada vende agua de fruta a los turistas, y en los demás periodos del año vive de la pesca. A Alma le encanta ir a pescar sola, sobre todo con el anzuelo. Cuenta de su orgullo por sus raíces negras, y de su activismo para el reconocimiento de los derechos de la población afromexicana, mientras sus hijos juegan alrededor de ella y su papá teje una red de pesca.
“Tú ni siquiera estás prieta, me dijo una vez un muchacho. Me sacan afuera de lo afro por mi color”, cuenta Alma, cuya piel es menos morena que la de muchas personas de la comunidad. “Entre las personas negras se discrimina, si una no es muy negra no te consideran como afro. Siempre me tengo que justificar, pero yo me siento afromexicana”.
Alma es, como la mayoría de la población mexicana, hija del mestizaje que se dio desde el siglo XVI entre los pueblos indígenas, los africanos y los españoles.
“En México, donde llegó desde África un número de personas esclavizadas que no se distancia mucho de las que llegaron a Colombia o a Estados Unidos, ha habido un mayor mestizaje con respeto a estos países por varios motivos. El más importante es el número mayoritario de poblaciones indígenas que desde los primeros tiempos convivieron y se mezclaron con las personas africanas y afrodescendientes. Es importante recordar que no existieron leyes religiosas que impidieran los enlaces entre grupos y que la esclavitud se heredaba a través del vientre materno, por lo tanto, muchos africanos preferían establecer relaciones formales o informales con indígenas para que sus hijos nacieran libres. Recordamos que en Estados Unidos se autorizaron los matrimonios mixtos en 1968”, explica María Elisa Velázquez, del INAH. “En México desde el siglo XIX comenzó a tener mayor importancia la ideología de mestizaje que excluyó de la memoria a las poblaciones afrodescendientes, pues coincidió con el auge de las ideas racistas sobre las poblaciones de origen africano. Desde entonces se empiezan a invisibilizar a los afrodescendientes; invisibilizar a los indígenas hubiera sido imposible siendo que representaban la mayoría de la población del país”.
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LUCHA POR DERECHOS
A menudo, en su programa radial, Maribel Santiago Arellanes lee algunas partes de los libros de María Elisa Velázquez. “Con las compañeras de la Red de Mujeres Afromexicanas estamos en un proceso de aprendizaje, y quise compartir lo que aprendí a través de mi programa Conociendo tu identidad afromexicana de la Costa Chica”, afirma la mujer, que desde hace un año transmite desde una radio privada de Marquelia, en la Costa Chica de Guerrero.
Maribel se declara orgullosamente afroamuzga. Se crio en la comunidad indígena de Tlacoachistlahuaca (Guerrero) y es hija de un hombre amuzgo y de una mujer negra.
“Cuando era niña vivíamos retirados del pueblo porque mi mamá era negra y no la querían, fue discriminada durante toda su vida, a pesar de que poco a poco empezó a entender el amuzgo”, recuerda Maribel. “En mi familia fui discriminada tanto de la parte indígena como de la parte negra porque era ‘hija del indito’”.
Maribel piensa que los pueblos indígenas viven en una situación de marginalización económica y social, pero prefirió incorporarse a la lucha por los derechos del pueblo afromexicano porque le parece aún más discriminado: no está reconocido en la Constitución federal y no puede beneficiar de apoyos por parte del gobierno.
El reconocimiento constitucional de los pueblos afromexicanos es la principal demanda de las organizaciones que luchan por sus derechos. Estas, impulsadas por el misionero Glyn Jemot Nelson originario de Trinidad y Tobago, han sido creadas en México a partir de 1997.
“Entonces éramos un movimiento muy local, ahora somos un movimiento nacional integrado por más de veinte organizaciones, y estamos vinculados a escala internacional”, explica Sergio Peñaloza Pérez, presidente de la asociación civil México Negro.
Algunas reformas constitucionales locales, como la del estado de Oaxaca en 2013; de Guerrero, en 2014, y de la Ciudad de México, en 2017, llevaron al reconocimiento del pueblo afromexicano. Sin embargo, aún no han sido implementadas las leyes secundarias que permitirían el diseño de políticas públicas específicas para los afromexicanos. “Es como hacer el carro y no ponerle las llantas para caminar”, afirma el activista.
La mayor preocupación del movimiento para los derechos de la población afromexicana es que el Estado mexicano aún no ha acogido la recomendación que la ONU emitió en 2001, tras la Conferencia Mundial Contra el Racismo (CMCR) de Durban, para que los Estados que tienen población afrodescendiente la reconozcan en el ámbito constitucional.
“México como país miembro de la ONU asiste a las reuniones y firma los acuerdos, pero a 16 años de que se ha dado la recomendación aún no ha cumplido”, denuncia Sergio Peñaloza Pérez, quien el pasado 14 de febrero participó en una mesa de trabajo en el Senado para establecer un diálogo sobre el tema. “Nos prometieron informarnos constantemente sobre los avances de dicha iniciativa, pero hasta este momento no se han dignado a informarnos absolutamente nada. Hace cuatro meses solicitamos una segunda mesa de trabajo, pero no hemos tenido respuesta, esto lo traduzco en falta de voluntad y compromiso. Estamos pensando en tomar acciones de protesta mucho más fuertes”.
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El movimiento exige también que el gobierno federal asigne un presupuesto dedicado a las comunidades afromexicanas. “¿Qué queremos después del reconocimiento? Que se implementen políticas públicas a favor del pueblo afromexicano, y que realmente llegue lo que tiene que llegar, que se ejecuten”, afirma Asucena López Ventura, integrante y fundadora de la Red de Mujeres Afromexicanas de Guerrero. Asucena cuenta que en 2010 se incorporó al Movimiento Nacional Afromexicano donde, con el tiempo, llegaron más mujeres. Se dieron cuenta de que no se sentían suficientemente incluidas, y decidieron formar la red.
Las organizaciones sociales piden que los afromexicanos sean integrados en la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) para así poder recibir los programas del gobierno, o que se cree una dependencia específica para evitar, de esta forma, quitarle posibilidades de apoyo a los indígenas.
“No queremos dividirnos, al contrario, tenemos mucha solidaridad por parte de los pueblos originarios”, afirma Asucena. La mujer cuenta que, en Cruz Grande, el pueblo guerrerense donde vive, a la gente le cuesta reconocerse como afrodescendiente y, a pesar de su fenotipo, prefieren asumirse como indígenas.
“Aquí no hay negros. Yo soy india”, afirma María, la madre de Asucena, entre las risas de su hija y de Medhin. La señora de piel morena y de ojos grandes afirma no tener problema con el hecho de que su hija “ande con los negros”, que ve de buen ojo su activismo, pero ella, a pesar de ser negra de piel, no se siente afromexicana.
Cuando Asucena recita uno de sus poemas en frente a la cámara de Medhin, su madre la mira con orgullo:
“Perdóname usted, mi padre, pero no me debe detener / que esta lucha que he empezado no la debo retroceder. / Porque soy negra, vivo como negra, camino como negra, tengo cuerpo de negra, / hablo como negra, visto como negra y como como negra. / Entonces digo: negra, negra soy / y no solamente de la piel, sino negra, negra del corazón”.
“Lo negro viene en la sangre y en las raíces”, concuerda Fidela Javier del Carmen, una mujer de tez clara y cabello liso que tiene un abuelo afrodescendiente. “Me crie en una comunidad negra y me siento afromexicana”.