En Bacalar una familia resiste al paso del Tren Maya por su terreno
Orsetta Bellani
El Tren Maya partirá en dos la casa de María Dolores Olvera Chi. La mujer nunca recibió una notificación oficial, sino que se enteró a principios del año, cuando escuchó un ruido de máquinas frente a su hogar, que se encuentra a unos 15 minutos del centro del pueblo de Bacalar, en Quintana Roo, y vio que estaban tirando árboles. Preguntó a los trabajadores qué estaba pasando y le contestaron que justo allí, a un costado de su casa, la Secretaría de Defensa Nacional (SEDENA) está construyendo el tramo 6 del Tren Maya, que tendrá una longitud de casi 256 kilómetros y unirá Bacalar con Tulum.
“Mi esposo y yo nos opusimos y decimos que no íbamos a dejar que pase la máquina por aquí, entonces ellos pasaron hacia el otro lado, libraron lo que es mi terreno”, dice María Dolores. Sin embargo, las autoridades ejidales, el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (FONATUR) y el encargado de la construcción del tramo 6 del Tren Maya no la están dejando en paz: en la última semana la visitaron varias veces, introduciéndose en su domicilio sin pedir permiso. Con tono amenazante le exigieron que deje su casa. A cambio, le prometieron reponerle su terreno un poco más allá, o comprárselo por 250 pesos por metro cuadro.
“Este pedazo de tierra lo he luchado, me costó trabajo limpiarlo y le invertí dinero, para mí no tiene precio y no me voy a ir”, asegura. Esto, a pesar de que el trazado del Tren Maya pasa en frente al cerco que rodea su propiedad, y que todo el día hay excavadoras tumbando árboles y moviendo tierra, causando ruido y polvo.
Doña Dolores compró el terreno hace 12 años al ejido de Bacalar. Entonces era puro monte: lo chapoteó, lo limpió y lo cercó. Allí, en la mera selva yucateca, construyó su casa.
En junio de 2022, el ejido de Bacalar cedió a Fonatur 56.4 hectáreas para la construcción de la obra, con una indemnización de 2 millones 900 mil pesos por hectárea. La venta incluía también el terreno de doña Dolores, que sin embargo desde hace 12 años ya no pertenece al ejido sino a su familia. “No es legal, pues el ejido de Bacalar vendió dos veces el mismo terreno y dos veces recibió el pago”, afirma doña Dolores.
Bacalar es un pueblo de unos 41 mil habitantes que en los últimos diez años vivió un incremento exponencial en el número de sus visitantes, atraídos por la belleza de su laguna de agua cristalina y su arena blanca. Su orilla oriental está cubierta por el manglar, mientras que la otra ribera está casi totalmente ocupada por hoteles y restaurantes para turistas. Se prevé que la próxima construcción de una estación del Tren Maya en Bacalar y la abertura de la zona arqueológica de Ichkabal a unos 40 kilómetros del poblado causarán un ulterior aumento del número de visitantes.
La mayoría de los habitantes de Bacalar están empleados en el sector turístico y ven con favor el megaproyecto, por las oportunidades de crecimiento económico que representará. Al mismo tiempo, manifiestan su preocupación por las afectaciones ambientales que la obra está causando y que han sido especialmente evidentes a principios de julio cuando, para poner los pilotes del puente donde pasará el Tren Maya, SEDENA empezó a rellenar el estero de Chac, un lugar fundamental para la regulación hidríca del sistema lagunar. Los pobladores temen también que las instituciones no tengan la capacidad de ofrecer servicios públicos -por ejemplo, de drenaje y recolección de basura- capaces de amortiguar el impacto ambiental provocado por un incremento del número de turistas y habitantes. De acuerdo con una investigación de Luisa Falcón Álvarez del Instituto de Ecología de la Universidad Autónoma de México (UNAM), ya existe un problema causado por el mal manejo de la basura y de las aguas residuales, que ha llegado a modificar el color de la laguna, que tiene cada vez tonos más verdes y cafés.
Hace unos meses, Doña Dolores no sabía mucho sobre el Tren Maya, pero ahora se volvió para ella un tema vital. Está cansada emocionalmente a causa de las presiones que padece y al mismo tiempo está firme en su decisión. “Están tercos de que me quieren quitar mi terreno, quieren entrar con las máquinas para raspar. No se los voy a dar, aquí me quedaré”, asegura.