«Reconocer los privilegios puede ser un proceso doloroso, pero necesario»
Medhin Tewolde descubrió ser negra a los siete años. Estaba jugando con unas amigas cuando un niño le dijo “negra”. Tardó un rato en entender que hablaba de ella. Construyó su identidad desde un lugar poco concurrido.
Hija de una mexicana mestiza y de un migrante eritreo, pasó su infancia en Costa Rica y se mudó al norte de México durante la secundaria. Su única comunidad afro era su propia familia y hace no muchos años se enteró de que existe la identidad afromexicana. “Esto es lo que soy”, pensó la documentalista cuando, por primera vez, escuchó esta palabra. Y empezó un proceso de descubrimiento de su propia identidad que todavía no ha acabado. Está formado de charlas, viajes, lecturas y de un documental que ella misma grabó, donde cuenta cómo el racismo estructural impacta la vida de las mujeres afros. Se titula Negra, se ha estrenado este año en México en la Gira de Documentales Ambulante, ha ganado el premio a mejor documental mexicano en el Festival Internacional de Cine de Monterrey y ha sido seleccionado en el Vancouver Latinamerican Film Festival. “Sabía que al hablar con las mujeres iba a encontrar historias de racismo a edades muy tempranas. Cuando eres niña no lo reconoces como racismo y lo tomas como algo personal, pero cuando eres más grande, y conoces un poco más sobre el tema, ya tienes capacidad de identificarlo y piensas que lo que te pasó fue racismo”, arranca la conversación Medhin Tewolde. La documentalista cuenta que le costó mucho definir cómo abordar el tema del racismo en la película y desde dónde. Porque una cosa, dice, es el racismo estructural —“esta estructura grande que discrimina, que margina y que mata”— y otra cosa son los racismos simbólicos, que tienen más que ver con el racismo interiorizado —“lo que hemos aprendido que está bien y que está mal, la creencia que lo blanco es bueno y lo negro es malo”—. “Al final decidí hablar sobre el racismo simbólico, porque creo que es más fácil empatizar con este sentimiento de discriminación, de marginación”, concluye.
¿Cuál es la diferencia entre no ser racista y ser antirracista? ¿Qué implica ser antirracista?
Creo que hoy mucha gente dice no ser racista, porque es fácil decirlo. Ser antirracista es mucho más, es un posicionamiento político: se trata de reconocer que hay un sistema racista estructural que organiza a las personas en una jerarquía, que define quienes tienen privilegios y quiénes no, quienes tienen acceso a algo y quienes, no. Esa es la base a partir de la que se toman acciones antirracistas. Reconocerte en el privilegio puede ser un proceso doloroso, pero definitivamente necesario.
¿Cuál es el cambio que quisieras ver el mundo? ¿Tienes esperanzas relacionadas con las protestas antirracistas que se llevaron a cabo en los últimos meses en muchos países?
¡Claro! Te contestaré a esta pregunta desde el territorio que habito. El asesinato de George Floyd fue muy sonado en México y fue interesante ver cómo se condenaron los actos racistas que ocurren en Estados Unidos y no los que suceden acá, porque existe la creencia que en México el racismo no existe. El discurso mediático y dominante sobre el racismo lo tiene Estados Unidos, se construyó en buena parte a través de las películas y es comúnmente ejercido contra cuerpos negros. En México creo que en general hemos estado expuestos a esa importación mediática y aprendimos que el racismo es como el que vemos en la tele. O sea, es comúnmente asociado a las corporalidades negras. Si a eso le sumas la creencia falsa en el imaginario colectivo mexicano de que acá no hay gente negra, entonces se cree que no hay racismo. La población afromexicana aprovechó la coyuntura para denunciar cómo aquí la situación no es muy diferente a la de Estados Unidos y realmente creo que fue muy atinado. Sirvió como un espejo que nos hizo voltear a vernos a nosotros mismos para reconocer el racismo que se vive también en México.
Cuando, hace unos años, empezó a aprender sobre identidad afromexicana, Medhin Tewolde descubrió que en el siglo XVI llegaron a México unas 250.000 personas esclavizadas de África, un número equivalente a las que fueron deportadas a Colombia. La política de mestizaje impulsada por el Gobierno mexicano llevó las poblaciones afros a perder su memoria, sus tradiciones y a percibirse como mestizas; no es que en México no haya personas afros, sino que no hay muchas que así se reconozcan. De acuerdo con el censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) de 2015, casi 1,4 millones de mexicanos y mexicanas se asumen como afrodescendientes, y solo en 2019 la Constitución reconoció su presencia en el país y su aporte a la cultura mexicana.
“La identidad afromexicana está en construcción, y va mucho más allá del color de piel, porque también conocí gente que se reconocía como afro que a mí, fenotípicamente, no me llamaba a reconocerla como a una persona afro. Entonces me di cuenta de que en México reconocerse como afromexicana es reconocer la raíz afro en la historia de México, más allá del color ”, reflexiona la documentalista.
¿Cómo es para una mujer afro vivir en un país que históricamente invisibilizó su presencia?
Ha sido muy común en mi vida que me pregunten “¿y tú de dónde eres?”, como si tuviera siempre que estar justificando mi permanencia en un lugar, que además es de donde me siento.
¿A ti nunca te ha pasado conocer a una chica afro y sorprenderte cuando te dice que es, por ejemplo, española? ¿Cómo llamarías este asombro? ¿Se trata de racismo?
Sí, claro que me ha pasado a mí también. El racismo no es un acto individual, sino que responde a una estructura y a una creencia más grande. La presencia y los aportes que han tenido las poblaciones negras en la construcción de la historia han sido negadas e invisibilizadas de tal manera que, cuando nos encontramos frente a ellas, no damos crédito. Hace falta visibilizar más, por eso hice la película Negra.
Hablemos de afrofeminismo, ¿cuál es su mayor aporte a las luchas de las mujeres en el mundo?
Romper con la universalización de la categoría mujer que estaba construida sobre la experiencia de mujer blanca, de clase media, occidental; y ahí, muchas de las mujeres del mundo no nos sentimos representadas.
¿Vale la pena invertir tiempo para que nosotras las blancas reflexionemos sobre nuestro racismo y nuestros privilegios?
Claro, ya lo decía antes. Y creo que ahí está la clave y la tarea que a cada quien le toca hacer para hacer que sus privilegios no favorezcan relaciones de poder y opresión.