Colombia, en el limbo
“Es increíble, es reincreíble”, afirma Victoria Márquez cubriéndose la cara con las manos y mirando a la pantalla del televisor. El noticiario de Caracol Televisión ofrece un veredicto incontrovertible: la población colombiana no refrendó los acuerdos de paz que el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) firmaron el 26 de septiembre.
“¿Apoya usted el acuerdo final para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera?”, preguntaba la papeleta electoral. Más del 62 por ciento de la población no acudió a las urnas y, de los más de 13 millones de votantes que sí lo hicieron, el 50.21 por ciento votó No y el 49.78 por ciento votó Sí.
A Victoria Márquez, una bogotana que no vivió la guerra en carne propia sino la vio reflejada en la mirada de los 350 000 desplazados que pueblan la metrópoli, el resultado electoral le cae como un balde de agua fría. Una amiga se le acerca, se abrazan, lloran. Afuera de la ventana el atardecer empieza a pintar Bogotá, mientras en algunos barrios las bocinas de los carros pitan para celebrar el resultado del plebiscito.
“¿Cómo se puede celebrar que no se acabe una guerra?”, pregunta Victoria. “Yo voté Sí por todas las personas que viven el conflicto armado. ¿Qué le vamos a decir ahora? Los que estaban frente a la puerta con la mochila lista, pensando que desde este momento podía haber otra oportunidad, están sentenciados a una condena de más dolor, de más odio, de seguir en guerra”.
De hecho, el Sí ganó en las regiones más afectadas por el conflicto. De acuerdo con la Fundación Pares, prevaleció en 67 de los 81 municipios donde la guerra cobró más víctimas. En Bojayá, en el Departamento de Chocó, donde en 2002 unos 100 fieles murieron en una iglesia tras el lanzamiento de un cilindro bomba por parte de las FARC, 1966 personas votaron Sí y solo 87 optaron por el No.
En San Vicente del Caguán, donde en las últimas elecciones municipales ganó el derechista Centro Democrático —“la gente votó para punir a la guerrilla que se llevaba los niños al monte”, nos dijo una persona cercana a las FARC— el Sí ganó con el 62 por ciento de los votos.
A pocas cuadras de la casa de Victoria, en la localidad de Chapinero, los simpatizantes del Centro Democrático se reúnen en su sede para festejar el resultado: ya las FARC no dejarán las armas para formar un partido y participar en las elecciones. Despliegan las banderas colombianas, cantan el himno nacional, afirman que Dios intervino para asegurar una victoria que comparan con el esfuerzo de David en contra de Goliat. “Sí se pudo, sí se pudo”, gritan los partidarios del No frente a un templete, donde toman la palabra algunos líderes del partido.
El Centro Democrático y su líder, el senador y expresidente Álvaro Uribe Vélez, son los triunfadores únicos e inesperados de esta contienda política donde todo el sistema —los partidos, las organizaciones sociales y los principales medios del país— estaba promoviendo la refrendación de los acuerdos de paz.
El partido ultraconservador supo aprovecharse del odio de la población colombiana hacia las FARC, y convencerla de que las diez curules que el acuerdo de paz garantizaban al futuro partido de las FARC habrían traído el “castro-chavismo” en el país. La persuadió diciéndole que los beneficios que los acuerdos prometían a los guerrilleros desmovilizados —el 90 por ciento del salario mínimo durante dos años y financiaciones para sus proyectos productivos— eran exagerados.
“Solo el 10 por ciento de los acuerdos de paz habla de posibles beneficios a las FARC, el otro 90 por ciento tiene que ver con una deuda pendiente que tiene el Estado colombiano para salir de esta brecha de Estado fallido y corrupto, que aún no ha llegado a muchos territorios”, afirma Diego Martínez, asesor legal de la delegación de las FARC en la mesa de negociación de La Habana.
De hecho, los acuerdos de paz incluían un programa de desarrollo rural integral que preveía la titulación y distribución de millones de hectáreas de tierra, además de la obligación, por parte del Estado, de adoptar unas reformas para “profundizar la democracia”. Los acuerdos contemplaban también la creación de una Jurisdicción Especial de Paz donde hubieran podido acudir las víctimas de la guerrilla y de agentes del Estado, y que disponía condenas a penas alternativas. De acuerdo con los promotores del No, este sistema hubiera garantizado total impunidad a los integrantes de las FARC.
“Es cierto que no iba a haber cárcel, pues una de las condiciones de las FARC para sentarse en la mesa fue ‘nada de cárcel’. Pero esto no significa impunidad, ni que no iba a haber reclusión ni otro tipo de pena, como la restricción de libertad de movimiento y algunos tipos de labores sociales. Esta es la justicia restaurativa, no es impunidad”, explica Arlene Tickner, de la Universidad del Rosario.
Los promotores del Sí, al reconocer el fracaso de su estrategia comunicativa, afirman que la población votó de forma emotiva y no racional, que quiso expresar su rechazo a la guerrilla sin tener conocimiento del contenido de los acuerdos de paz. El uribismo supo seducir a la opinión pública colombiana, diciéndole que se puede lograr la paz dando menos concesiones a la guerrilla, y que el acuerdo alcanzado después de cuatro años de negociaciones no es el mejor posible.
“El presidente Juan Manuel Santos nos metió en este plebiscito que no era necesario, hubiera podido asumir la responsabilidad política del acuerdo firmado”, afirmó el senador del Centro Democrático Ernesto Macillas Tobar, a quien Newsweek en Español entrevistó antes del plebiscito. “Si gana el No, se tienen que revisar los acuerdos. Santos dice que no los va a revisar, lo hace por estrategia, porque si dice que lo hace, todo el país va a votar que No”.
En la noche del 2 de octubre, Santos no acudió a la cita en el Hotel Tequendama de Bogotá, donde estaba previsto su discurso para celebrar los resultados. Allí lo esperaban la prensa y sus seguidores, que llevaban todo el día alistando los festejos. Se presentaron al Tequendama llenos de sonrisas y perdieron su optimismo boletín tras boletín; primero llegó el silencio, luego las lágrimas y, en fin, se volvieron a sus casas incrédulos.
Más tarde Santos apareció en las pantallas de todo el país. Algunos pensaban que iba a presentar su dimisión, pues el presidente colombiano erigió su credibilidad nacional e internacional en el éxito de este proceso de paz. Todo el mundo sabía que el gobierno, que confiaba ciegamente en las encuestas que daban al Sí una ventaja de más de 20 puntos, no tenía un plan B preparado.
Santos no se dio por vencido: reconoció la victoria del No y anunció la abertura de “espacios de diálogos” capaces de incluir todas las fuerzas políticas para dibujar un camino juntos. La invitación estaba dirigida sobre todo a Álvaro Uribe, que hasta el miércoles no acudió a la reunión con Santos.
“No me rendiré. Seguiré buscando la paz hasta el último minuto de mi mandato”, afirmó Santos. “Las FARC mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”, le contestó el comandante en jefe de las FARC Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko, que recordó también que el plebiscito tiene un valor sólo político, no jurídico.
La noche del 2 de octubre, muchos temían que la guerra habría empezado nuevamente al día siguiente, que las palabras triunfales de Santos después de firmar los acuerdos de paz —“colombianos, cesó la horrible noche”— habían sido solo una falsa promesa. Sin embargo, las FARC y el gobierno han prorrogado el cese al fuego que empezó al final de agosto, y se está planteando la posibilidad de que se sienten nuevamente a dialogar, tomando en consideración también las demandas del Centro Democrático.
“Para las FARC los acuerdos no son renegociables. Solo se puede abrir una nueva negociación con una nueva agenda”, afirma Diego Martínez, asesor legal de las FARC. “Si Uribe abre un punto en la agenda, van a surgir otros puntos por parte de las FARC. Si por ejemplo plantea el tema de la no elegibilidad de los integrantes de las FARC en política, estas van a abrir el tema del juzgamiento de presidentes y expresidentes en el sistema de justicia”. Un punto que podría ser inaceptable para Uribe, acusado de tener estrechos vínculos con los grupos paramilitares.
“Ahora la guerra la verán solo en las películas”, dice el excombatiente de las FARC Leonardo Ilich Rojas, mientras observa un grupo de guerrilleros que ven una cinta de Hollywood debajo de una lona de plástico. “A veces nos reímos mucho, pues en las pelis pasan cosas que en la guerra real nunca pasan”.
Estamos en uno de los campamentos que las FARC construyeron al margen de la X Conferencia Nacional Guerrillera, un evento que se llevó a cabo a mediados de septiembre para que los delegados de cada frente guerrillero aprobaran los acuerdos de paz antes de que su líder los firmara, y debatieran sobre la construcción de su nuevo partido.
Un evento donde las FARC, por primera vez en la historia, invitaron a los medios para que documentaran lo que entonces se pensaba que habrían sido sus últimos días en armas. Lo hicieron para obligarlos a mostrar al mundo su lado humano, el que normalmente los medios no quieren enseñar, para preparar a la sociedad en la idea de convivir con los guerrilleros desmovilizados y, tal vez, votarlos en las próximas elecciones. Centenares de muchachos y muchachas que pasaron toda la vida en la montaña se encontraron de repente rodeados por periodistas.
Durante la X Conferencia Nacional Guerrillera pudimos compartir comida y cerveza con los combatientes, nos bañamos en el río que atravesaba el campamento, charlamos durante horas, bailamos cumbia frente al gigantesco escenario donde cada noche tocaban artistas locales. Algunos bautizaron “FARCstock” este festival musical, donde desfilaron estrellas del vallenato y de la música llanera en lugar de las estrellas del rock de la década de 1960.
Algunos periodistas y editores estaban molestos por no tener alternativa a la de mostrar la cara humana de las FARC. “Me estás mandando puras imágenes de guerrilleros durmiendo. Así no se ve que son unos delincuentes”, dijo a una colega su jefe.
Durante nuestra semana como embedded en un campamento de las FARC “adaptado” a los periodistas —dormimos en sus cambuches, pero nos dieron colchonetas, sábanas y cobijas— pudimos observar a los combatientes empuñar celosamente los fusiles que se pensaba que hubieran tenido que entregar en los próximos seis meses. “Dejar el arma es lo más duro para uno, porque es la fiel compañera, es la que te defiende la vida. Tengo como un dolor en el alma”, dice Franco García, quien lleva 15 años en las filas del Bloque Sur de las FARC.
“¿Cómo te imaginas la paz? ¿Cómo te imaginas tu futuro?”, preguntamos a la guerrillerada. Algunos respondían que pensaban regresar a cultivar la tierra; otros, que querían estudiar o esperaban tener éxito dentro de las filas del partido.
Leida sentía la libertad tan cercana que los ojos se le prendían al hablar de ella. Con su condena a 60 años de cárcel por rebelión, homicidio y secuestro, y su permiso especial para participar como delegada en la X Conferencia Nacional Guerrillera, la combatiente sabía que tras la implementación de los acuerdos de paz hubiera salido de la cárcel para terminar sus estudios en odontología. En aquel momento pensaba que hubiera sido de allí a pocos meses.
Durante toda la semana, en las entrevistas con los guerrilleros como en las ruedas de prensa de sus líderes, a nadie se le ocurrió mencionar la posibilidad de que el plebiscito popular pudiera ahogar toda esperanza. Si se les preguntaba al respecto, respondían que tenían fe en el pueblo colombiano.
Hasta el 2 de octubre, para los guerrilleros el abandono de las armas y la nueva vida de civil representaban un futuro tan próximo que casi se podía tocar. Ya tenían la mochila en el hombro para desplazarse, a partir del día después del plebiscito, en las 23 zonas de concentración previstas por los acuerdos, que estaban prácticamente listas para recibirlos. Los (ex) guerrilleros hubieran pasado allí seis meses, para entregar paulatinamente sus armas y prepararse a integrarse a la vida civil.
Pero algo salió mal y ahora viven en el limbo… ese mismo sitio donde se encuentra toda Colombia.