La desconocida realidad de la mutilación genital femenina en América Latina
“A mi me hicieron la curación, pero a mi hija ya no”. Quien habla es una joven indígena emberá chamí que amamanta su bebé sentada frente a una casa de madera. Curación es el termino con que las mujeres emberás, población que habita en Colombia y en algunas zonas del este de Panamá y el noroeste de Ecuador, describen la ablación, o mutilación genital.
La madre de la joven se llama María Lina, una comadrona con más de 48 años de experiencia. “Mi abuela me enseñó cuando tenía 12 años”, recuerda la ahora ya anciana. “Me decía: ‘cuando yo muera tendrás que aplicar todo lo que te he enseñado, el día de mañana lograrás ser una partera ─comadrona─’. Me casé con 14 y a los 15 tuve una niña. ¿Quién me atendió en el parto? Yo misma lo tuve que hacer, por aquel entonces no teníamos comadronas”.
Ahora hay cuatro parteras en Santa Rita, una pequeña población junto al río Agüita, en Colombia. Desde allí, durante casi toda su vida, María Lina ha recorrido las montañas de la tierra caliente risaraldense bajo el sol, o la lluvia, o de noche para atender un total de 56 partos. Se desplazó hasta las casas más aisladas, a veces tras caminar más de seis horas. Asegura que nunca practicó la curación a ninguna niña, que eso sólo se hacía en tiempos de su abuela.
En realidad, en las comunidades emberás chamís, la mutilación genital se realiza en el momento del nacimiento de la niña. Se considera necesaria para que las menores no se vuelvan «sexualmente promiscuas». Se practica también porque se cree que si no se corta, el clítoris podría crecer hasta alcanzar el tamaño de un pene, provocando el deseo de acostarse con otras mujeres. Además, para los hombres emberás chamís, una mujer tiene que haber sido ser curada para que sea considerada deseable.
“Eso ya ha cambiado”, asegura un grupo de pobladores emberás del municipio de Pueblo Rico. Afirman que los hombres ya no tienen esta creencia y que las comadronas tienen miedo a ser castigadas por practicar la clitoridectomía. De hecho, en 2009, el Consejo Regional Indígena de Risaralda (CRIR) emitió una resolución con la que se ordenaba la “suspensión de la práctica de la curación, para proteger la vida y la salud de las niñas recién nacidas” y se amenazaba con sanciones que van de los seis meses a tres años de trabajos comunitarios.
“Cuando mi abuela vivía, había una planta para hacer la curación. Si se hace mal sale mucha sangre, por eso murió la niña”, explica María Lina. Se refiere al episodio que se hizo público en marzo de 2007, cuando una bebé emberá chamí falleció por desangramientoen un hospital de Pueblo Rico después de que le cortaran el clítoris. A pesar esta práctica entre esta comunidad indígena había sido denunciada en la década de los noventa, su existencia era algo más bien desconocido. Suele ser común pensar que la mutilación genital es un problema restringida a algunos pueblos de África y Asia.
“Es una practica tan intima que tal vez se está dando en otras comunidades de América Latina sin que lo sepamos”, afirma Vivian Martínez Díaz, doctora en Antropología por la Universidad de los Andes. “A nivel político y ético hay que tratar el tema de la ablación con cuidado. Las instituciones y las ONG la consideran una practica aberrante. Es cierto, lo es, pero esto no tiene que llevar a decir que las costumbres de los emberás son salvajes y violentas, como hicieron muchos medios”. La profesora recuerda también las dificultades que existen al intentar armonizar el derecho a la autonomía de los pueblos indígenas con la intervención del Estado sobre ciertas materias.
En 2007, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), de acuerdo con el CRIR, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) y el Defensor del Pueblo, lanzó un proyecto con la intención de eliminar la ablación genital en Colombia. “El proyecto Embera-Wera llegó de manera directa a aproximadamente 5.000 personas y consiguió tener el apoyo de las autoridades en el combate contra la mutilación genital femenina. Pero es importante tener en cuenta que la transformación de esta practica es un proceso de muchos años, de generaciones”, explica Dana Barón Romero, consultora sobre Género, Derechos e Interculturalidad del UNFPA. “Según un calculo hecho por los mismos emberás, en sus comunidades aún se realiza la mutilación genital a dos de cada cinco mujeres recién nacidas”.
Hasta ahora, el proyecto del UNFPA se ha desarrollado en un municipio de Chocó y en dos de Risaralda, llegando hasta Santa Rita. Sin embargo, la clitoridectomía sigue matando a bebés colombianas. El proyecto Embera-Wera aún no ha llegado al resto de emberás que habitan en otros departamentos del país, como Caquetá, Putumayo, Nariño, Cauca, Chocó, Antioquia y Córdoba. “El hecho de que una practica sea ancestral no quiere decir que no pueda cambiar, las culturas se transforman, siempre se están moviendo”, afirma la antropóloga Vivian Martínez Díaz. “Muchas mujeres indígenas son conscientes de que hay usos y costumbres en sus comunidades que las reprimen, hechas para controlar su sexualidad, y que hay que cambiarlas”.